EL ORGASMOTRÓN

EL ORGASMOTRÓN

“La historia de la humanidad ha sido una tarea constante del hombre por mantenerse erguido todo él, para hacer felices a las mujeres, que tanto se lo merecen”

A nadie le cabe duda de que el arte del amor es el más complejo, variable y excitante de todos los artes. Hasta hace pocos días se tenía la certeza de que, para mover el pincel y esparcir polvos multicolores sobre el lienzo, una combinación de conocimientos de anatomía, destreza gimnástica, mucha ternura, férrea fuerza de voluntad y paciencia a toda prueba, eran suficientes siempre y cuando el “compañero inseparable” o, como le llamaba Klim, el “bonitico”, se preste.

Hoy nadie recuerda que hasta 1998 los hombres la vimos azul justamente porque el bonitico, llegada la hora de la verdad, no se prestaba. El desconsuelo era mayúsculo; ellas se ponían a suspirar y a leer una novela de Corín Tellado mientras nosotros, desesperados, tratábamos, a dos manos, de levantar al caído, y pensábamos en qué había fallado: si falta de mariscos, de hormigas culonas, de chuchugüaza o, por el contrario, exceso de gimnasio o demasiada concentración en el estudio de temas afines, como esa ciencia milenaria del Kamasutra.

Este problema, conocido también como el síndrome del torero, que falla con el estoque a la hora de entrar a matar, se presentaba por igual en los hombres biches y en los maduros, sobre todo cuando era la primera vez o, para ser más exacto, cada vez que era la primera vez, ustedes me entienden. “Con cada fémina, todos somos impotentes la primera vez”, dijo García Márquez, por si queda alguna duda.

Pero bueno, llega 1998 y con él aparece la salvación: el Viagra. Después de superar el susto inicial que produjo el rumor de que el que tomara la pastilla podía quedar literalmente tieso porque le daría un paro cardíaco -y en lugar de venirse, lo que les tocaba era irse- lo que condujo a algunos a machacar la pastilla y a comerse con el dedo el polvito de a pocos, todos celebramos porque nuestra vida sexual sería más extensa e intensa y a ellas no las volveríamos a ver con nada fruncido, abrazando almohadas o en búsquedas extrañas. A partir de ese momento quedamos firmes como el general Ospina y “siempre listos” como los scouts.

Como ven, la historia de la humanidad ha sido un esfuerzo continuo, un sacrificio permanente, una tarea constante del hombre por mantenerse erguido todo él, para hacer felices a las mujeres, que tanto se lo merecen. Sin embargo, esta dedicación no fue suficiente y, por culpa de una mujer, todo lo que habíamos hecho al respecto, se borró de un plumazo, de tal suerte que al bonitico no nos va a quedar más remedio que pensionarlo y a los mamoncillos usarlos para jugar squash.

La razón: el “orgasmotrón”, que no es otra cosa que un simple botón que un ingeniero electricista, jamás un sexólogo, les acomoda a las mujeres en la columna vertebral, cerca del coxis, y que al oprimirlo cierra el circuito y les produce el orgasmo siempre soñado y casi nunca alcanzado en el pasado. En otras palabras, las mujeres para alcanzar las estrellas, el sol, la luna o lo que quieran, ya no nos necesitan, como hace mucho tiempo tampoco para llevarles el pan a la casa.

Lo que resulte de esta nueva forma de recibir placer por parte de las mujeres, es muy incierto. Por ahora, el único consejo que se me ocurre para mis compañeros de gremio, es que compren tapones para los oídos de manera que se ahorren esa gritadera tan tenaz cuando a ellas les de por oprimirse el botoncito.

N. del A.: Esta columna se escribió el 04 de diciembre de 2003 para el periódico “El Compás”

One Comment

  1. Solange Rossio
    Nov 10, 2017 at 11:38 pm

    jajajja, no lo había podido leer… siempre me saca una sonrisa Jairo, me encanta como expresa y dibuja con las palabras. Saludos

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