“Dicen los maestros que la función de un padre o de una madre es traer un nuevo invitado al mundo, que no sabe nada, pero trae consigo un potencial. Y a menos que el potencial se desarrolle, no será feliz”

Leí en estos días la hermosa definición de hijo que nos dio el gran José Saramago, y que dice lo siguiente:

“Hijo es un ser que Dios nos prestó para hacer un curso intensivo de cómo amar a alguien más que a nosotros mismos, de cómo cambiar nuestros peores defectos para darles los mejores ejemplos y, de nosotros, aprender a tener coraje. Sí. ¡Eso es!

Ser madre o padre es el mayor acto de coraje que alguien pueda tener, porque es exponerse a todo tipo de dolor, principalmente de la incertidumbre de estar actuando correctamente y del miedo a perder algo tan amado.

¿Perder? ¿Cómo? ¿No es nuestro? Fue apenas un préstamo… el mas preciado y maravilloso préstamo ya que son nuestros sólo mientras no pueden valerse por sí mismos, luego le pertenecen a la vida, al destino y a sus propias familias.”

Bella y muy cierta descripción que, quizás, solo podemos comprender cabalmente cuando somos padres y los hijos ya se han ido, dejándonos con la incertidumbre de nuestro bien o mal obrar en su formación, en su educación, en el ejemplo dado y de lo que serán sus vidas lejos de casa, si lograrán desplegar sus talentos, si serán respetables y respetados, si alcanzarán la felicidad y si amarán y serán amados.

Con el tiempo, con la soledad y los fríos vientos de otoño, entendemos que ellos no vinieron al mundo para satisfacer nuestros gustos ni para parecerse a nosotros o para tomar las riendas de nuestras posesiones o negocios. Si así fuese, habrían venido para vivir nuestra vida y no la de ellos, para seguir una línea ya trazada que les impedirá desplegar sus talentos impidiéndoles disfrutar de la vida y asegurándoles su infelicidad.

Dicen los maestros que la función de un padre o de una madre es traer un nuevo invitado al mundo, que no sabe nada, pero trae consigo un potencial. Y a menos que el potencial se desarrolle, no será feliz. Los padres solemos pensar en que, si ellos se hacen científicos o astronautas, serán felices, pero así no funciona, ellos sólo pueden ser felices si hacen lo que han venido a hacer, si pueden desarrollar la semilla que llevan dentro de sí mismos.

Es hermoso pensar en que esos niños, que en un abrir y cerrar de ojos se irán de nuestra casa a la de ellos, son fuertes porque aprendieron a tomar sus decisiones, porque se equivocaron y aprendieron de sus errores, porque jugaron bajo la lluvia y el resfriado les enseñó que, a veces, la felicidad los hace inmunes así les produzca un poco de fiebre.

Se necesita mucho amor para ayudar a nuestros hijos a ser totalmente libres, incluso de nosotros mismos que siempre representaremos para ellos el pasado. Enseñan los grandes maestros que “hace falta valor y un inmenso amor en un padre, en una madre, para decir a sus hijos: Tenéis que ser libres de nosotros. No nos obedezcáis; depended de vuestra propia inteligencia. Incluso equivocarse es mejor que tener la razón si para ello tienes que ser esclavo. Es mejor cometer errores por cuenta propia y aprender de ellos, que seguir a otra persona y no cometerlos. De esa forma no vas a aprender más que a ser un seguidor, y eso es veneno, puro veneno”.

Escribo esto pensando en Quinito, que nacerá en estos días en tierra muy lejana. Quiero verlo y saberlo libre y fuerte, así tenga que ayudarle a curar sus rasponcitos.

Bucaramanga, diciembre 08 de 2017