“Mire, don Crótatas, yo sé que el país no está bien y si no fuera por el doctor Uribe, que nos ha defendido todos estos años, ya los comunistas lo habrían acabado…”

Esta historia sucedió un sábado. Era una tarde gris, pesada, calurosa y las pocas personas que caminaban por las calles, más bien parecían autómatas. A eso de las cinco de la tarde entré a un almacén para sacar unas fotocopias y encontré a la dueña del negocio atendiendo a una señora; bueno, atender es un decir, porque ya la despedía diciéndole: “doña Consu, por favor, no vuelva a venir quejándose del país, es que no resisto a los que solo hablan mal de Colombia, del presidente, de los corruptos, de la cochina política …”, etc.

Era esa hora maluca en la que las sombras empiezan a derrotar a la luz y en la que los zancudos llegan a beber la sangre de nuestra humanidad agobiada y doliente. Y así, mientras palmoteaba brazos, cara y piernas, oí la despedida de doña Consu: “Bueno, gracias, trataré de no hablar mal del país, pero es que…” y salió volada antes de que doña Tere le volviera a recitar su letanía.

Cuando Tere vio los documentos que iba a copiar, me dijo:

• Ahh, ¿otro que se va del país?
• Bueno, sí, pero son dos los pasaportes que necesito, y dos copias de cada uno, por favor

Agarró los documentos, se volteó a la fotocopiadora a hacer el trabajo y empezó el siguiente diálogo:

• Don Crótatas, ¿sabe que mi hija menor también se va? Va a Estados Unidos por una empresa de aquí que consigue trabajo cuidando niños.
• ¿Cuántos años tiene su hija y por qué se va, doña Tere?
• Tiene 19 añitos, es vivaracha, estudia en las UTS pero quiere hacerse un buen futuro, dijo y volteó a mirarme con sus lentes empañados
• Seguro que le va a ir bien, le dije para paliar su tristeza

Ella se echó la bendición, me dio tremenda palmada en el brazo (me picaba unos de esos muérganos zancudos que pasó a mejor vida de inmediato) y empezó con el discurso que seguramente le había anticipado a doña Consu:

“Mire, don Crótatas, yo sé que el país no está bien y si no fuera por el doctor Uribe, que nos ha defendido todos estos años, ya los comunistas lo habrían acabado. Yo sé, también, que hay mucha corrupción en la política, pero yo prefiero a esos, que le ayudan al doctor Uribe, a que se nos llene el congreso de guerrilleros. Aquí ya no hay empleos, ni buenos ni malos, pero todavía nos podemos rebuscar y tenemos seguridad. Yo sé que…”

A este punto ya no me molestaba el desangre que me estaban propinando los zancudos y como sé que con los uribistas no hay caso, pedí la palabra alzando mi mano izquierda. Doña Tere apretó la boca, hinchó sus cachetes, y me hizo la señal para que hablara. Antes de que se arrepintiera, le dije:

“Yo no me voy del país, todavía. Son apenas unos días de paseo y regreso a seguir en la lucha para que Colombia sea viable para todos, para que de aquí nadie quiera, ni tenga, que irse y todos cuenten con buenas posibilidades de trabajo. Sueño con los hijos que se fueron reencontrándose con sus padres que quedaron muriendo de tristeza y soledad; sueño con compatriotas libres y educados y que la honradez vuelva a ser principio de vida y no desventaja ni debilidad; sueño con el regreso de ese país de nuestros mayores donde la buena fe, la alegría y la vida lo valían todo y no como ahora que se agradece al asesino, se honra al ladrón y se justifica a quien nos despoja tanto de lo material como de lo afectivo, tanto de nuestras tierras, trabajos y haberes como de nuestros hijos, sueños y de la vida misma.”

Doña Tere recuperó el aliento, sus gafas volvieron a ser transparentes, ordenó mis papeles y me dijo:

• Don Crótatas, suficiente, son mil pesos
• Gracias, doña Tere, hasta luego y permítame le enciendo la luz porque aquí la oscuridad es total

Bucaramanga, febrero 13 de 2019